LVI. David Samaniego, el sembrador. I.
En el Colegio, entre otras experiencias maravillosas que tuve durante mi adolescencia y juventud fue conocer a quién marcaría mi vida, así como la de miles de estudiantes que tuvimos la suerte de conocerle y escuchar su filosofía y pensamiento.
Un hombre alto, de mucha fortaleza física. Usaba lentes, nariz mediana, labios delgados y anchos que dejaban ver una sonrisa franca y contagiosa, muy agradable. Su pelo negro y algo ondulado, manos y puños grandes. De paso pausado pero firme, de vos fuerte y definida. Este hombre, era el Rector de Secundaria. Todos los cursos formábamos todos los días en el patio del colegio. Los primeros cursos a la izquierda, hasta los últimos a la derecha perfectamente alineados . Su nombre, David Samaniego. Era suficiente que él se pare firmemente en el corredor, para que en pocos instantes, tal vez unos treinta segundos luego de sonado el timbre, para que todos estemos en perfecta formación. Muchas veces había una arengada, otras solamente la orden de subir en silencio, curso por curso.
El respeto que imprimía David, era impresionante. Creo que no hubo nadie que se atreviera a cuestionar su temple.
Muchos de sus discursos debíamos haber grabado con la tecnología actual, sin embargo, los hemos guardado en la mente y en el corazón.
Tuve la suerte de participar con él en algunas de sus actividades preferidas, por lo que me gané su aprecio y consideración.
Andinismo. Al Padre David, le gustaba muchísimo subir a la montaña. Yo a los once años comencé esta actividad subiendo al Guagua Pichincha, junto con otros compañeros y amigos del Colegio.
La montaña nos permitía disfrutar de la naturaleza, y estar más cerca de Ti, Jesús. En esta ocasión, habríamos de caminar mucho, ya que comenzando por La Chorrera, debíamos seguir la ruta del agua potable, hasta divisar la altura del Padre Encantado, una montaña entre el Ruco Y el Guagua Pichincha. Finalmente, luego de muchas horas de caminata, había que subir por un arenal, mirando siempre a la izquierda, donde David nos hacía notar la forma de la Madona al fondo entre las rocas. Luego llegaríamos a la cumbre y sentiríamos el olor a azufre y nos admirábamos de las pequeñas fumarolas con agua caliente, muy caliente.
David, a quien le encantaba la fotografía, tomaba fotos en los puntos más importantes de la montaña. recuerdos que todavía los he conservado y formarán parte de esta descripción.
Aprendimos que los recursos de agua y comida debían ser respetados y conservados para todo el tiempo. Para eso, mi madre me compró una cantimplora y una mochila tipo militar. El agua se hacía fea por el óxido del metal y las cosas guardadas en la mochila salían por los lados.
Jesús me preguntó si ir a la montaña a los once años era peligroso, le dije que eso nunca estuvo en mi mente sino unos quince años después. Me preguntó por David si él era fuerte para caminar. Le dije que exageradamente fuerte, mejor dicho, inspiraba a todos a seguir adelante.
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