XLIX. Vacaciones en El Corazón.
Galito, mi hermano mayor y yo, tuvimos un anuncio por parte de nuestros padres que en esta ocasión iríamos los dos hermanos a pasar unas vacaciones en El Corazón. Nos llenamos de alegría adicional al saber que mis papis nos daban cincueta sucres a cada uno para gastos ocasionales durante la estadía de seis semanas en el Hotel de Celestino Cueva, muy amigo de mi padre.
Galito tenía quince años y yo por cumplir doce. Luego de las vacaciones, iríamos a quinto y primer curso de Colegio respectivamente.
Luego de salir en bus desde el terminal de el Cumandá en Quito, llegamos a Latacunga, donde nos esperaba un camión que nos llevaría al Corazón, capital del Cantón Pangua en la Provincia de Cotopaxi.
Después de un viaje de más de doce horas, recorriendo caminos de pésima calidad, llegamos a un pueblito maravilloso, donde parecía el sitio que Dios había escogido para poner un campamento dentro de la selva ecuatoriana.
Celestino y su esposa nos recibieron con un abrazo que no podré olvidar ya que Celestino con sus fuertes brazos, casi me rompe mis delgados huesos. Tenía una risa escandalosa my carismática, su voz era gruesa y pronunciaba las palabras de manera clara y firme. Sus ojos grandes y vivaces, sus cejas muy pobladas, extremadamente pobladas ya que cerca de la mitad de su frente parecía que quería llegar a su frente, nunca he visto algo igual. De cuerpo muy grueso, tez bonceada y manos que indicaban su trabajo permanente. Tenía tres hijas mujeres y había buscado el hijo varón, al que finalmente lo consiguió y que tanta era su obseción, que a su hijo se le conocía como el Varón Cueva. Toda su famila maravillosa y atenta, cariñosa, de mucha falilidad de palabra y conversavan de todo de la manera más alegre. Nos llevaron a la habitación que compartiríamos seis o siete semanas con mi querido hermano Galito.
El hotel estaba en una calle de subida, a media cuadra de la plaza que hoy actualmente es un hermoso parque, al fondo del parque una iglesia grande y a la vuelta la Escuela. El hotel era una edificación de tres pisos construidos en madera principalmente. Los pisos de madera encerada, en la planta baja estaba ubicado el salón restaurante, con muchas mesas, un congelador grande y destacaba una rocola "AMI", con discos de 45 revoluciones, elegidos en una lista de canciones y operada con monedas de cincuenta centavos.
Nuestra habitación estaba en el tercer piso, luego de subir por unas gradas que sonaban en cada escalón. Lleno de macetas y flores que eran muy bien cuidadas por la esposa de Celestino, en la última parte las escaleras eran exteriores, que nos permitían ver la selva desde alto. Todo verde y con un clima caliente y húmedo, avisorábamos que tendríamos una estadía llena de aventuras y conocimiento de una vida dentro de un paisaje totalmente hermoso.
En muy pocas horas, me convertí en el mimado del Celestino, de su esposa y de sus hijos. Les gustaba mucho cuando cantaba " Pinocho" y cuando hacía mi particular grito de " Mariachi". Celestino quedaba encantado cuando aprendí a usar la rocola y seleccionaba las canciones de agrado para todos. Música alegre durante el día, boleros y canciones mejicanas durante la tarde y musica ecuatoriana y cortavenas cuando se ponían a tomar cervezas o el trago de caña más famoso y sabroso del Ecuador. Mi bebida favorita era el "jugo de mora", hecho de alguna manera especial y con las mejores moras del planeta Tierra. No me cansaba de tomar el jugo y a Celestino no le molestaba ya que me convertí en su ayudante y atracción de sus clientes que veían asombrados un niño de la capital. Tanto era cierto esto, que Celestino me regalaba al menos una moneda de cincuenta centavos todos los días.
Es muy bonito e inolvidable recordar que mi hermano Galito consumió los cincuenta sucres que nos regaló mi papi, mientras que yo regresé a Quito con sesenta y dos sucres.
Jesús me dijo que es muy bueno dosificar los gastos y tratar de hacer ahorros e inversiones que te permitan vivir en familia y compartir con los que necesitan. Me recordó de la parábola de los talentos y me dijo que así mismo es.
Galito tenía quince años y yo por cumplir doce. Luego de las vacaciones, iríamos a quinto y primer curso de Colegio respectivamente.
Luego de salir en bus desde el terminal de el Cumandá en Quito, llegamos a Latacunga, donde nos esperaba un camión que nos llevaría al Corazón, capital del Cantón Pangua en la Provincia de Cotopaxi.
Después de un viaje de más de doce horas, recorriendo caminos de pésima calidad, llegamos a un pueblito maravilloso, donde parecía el sitio que Dios había escogido para poner un campamento dentro de la selva ecuatoriana.
Celestino y su esposa nos recibieron con un abrazo que no podré olvidar ya que Celestino con sus fuertes brazos, casi me rompe mis delgados huesos. Tenía una risa escandalosa my carismática, su voz era gruesa y pronunciaba las palabras de manera clara y firme. Sus ojos grandes y vivaces, sus cejas muy pobladas, extremadamente pobladas ya que cerca de la mitad de su frente parecía que quería llegar a su frente, nunca he visto algo igual. De cuerpo muy grueso, tez bonceada y manos que indicaban su trabajo permanente. Tenía tres hijas mujeres y había buscado el hijo varón, al que finalmente lo consiguió y que tanta era su obseción, que a su hijo se le conocía como el Varón Cueva. Toda su famila maravillosa y atenta, cariñosa, de mucha falilidad de palabra y conversavan de todo de la manera más alegre. Nos llevaron a la habitación que compartiríamos seis o siete semanas con mi querido hermano Galito.
El hotel estaba en una calle de subida, a media cuadra de la plaza que hoy actualmente es un hermoso parque, al fondo del parque una iglesia grande y a la vuelta la Escuela. El hotel era una edificación de tres pisos construidos en madera principalmente. Los pisos de madera encerada, en la planta baja estaba ubicado el salón restaurante, con muchas mesas, un congelador grande y destacaba una rocola "AMI", con discos de 45 revoluciones, elegidos en una lista de canciones y operada con monedas de cincuenta centavos.
Nuestra habitación estaba en el tercer piso, luego de subir por unas gradas que sonaban en cada escalón. Lleno de macetas y flores que eran muy bien cuidadas por la esposa de Celestino, en la última parte las escaleras eran exteriores, que nos permitían ver la selva desde alto. Todo verde y con un clima caliente y húmedo, avisorábamos que tendríamos una estadía llena de aventuras y conocimiento de una vida dentro de un paisaje totalmente hermoso.
En muy pocas horas, me convertí en el mimado del Celestino, de su esposa y de sus hijos. Les gustaba mucho cuando cantaba " Pinocho" y cuando hacía mi particular grito de " Mariachi". Celestino quedaba encantado cuando aprendí a usar la rocola y seleccionaba las canciones de agrado para todos. Música alegre durante el día, boleros y canciones mejicanas durante la tarde y musica ecuatoriana y cortavenas cuando se ponían a tomar cervezas o el trago de caña más famoso y sabroso del Ecuador. Mi bebida favorita era el "jugo de mora", hecho de alguna manera especial y con las mejores moras del planeta Tierra. No me cansaba de tomar el jugo y a Celestino no le molestaba ya que me convertí en su ayudante y atracción de sus clientes que veían asombrados un niño de la capital. Tanto era cierto esto, que Celestino me regalaba al menos una moneda de cincuenta centavos todos los días.
Es muy bonito e inolvidable recordar que mi hermano Galito consumió los cincuenta sucres que nos regaló mi papi, mientras que yo regresé a Quito con sesenta y dos sucres.
Jesús me dijo que es muy bueno dosificar los gastos y tratar de hacer ahorros e inversiones que te permitan vivir en familia y compartir con los que necesitan. Me recordó de la parábola de los talentos y me dijo que así mismo es.
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