XIII. A pie a la escuela
XIII. Le contaba a Jesús que estudié en la escuela fiscal República de Chile. Está ubicada en la calle Rocafuerte y el otro lado a la quebrada de Jerusalén, que parte de ella ya se convirtió en la avenida 24 de Mayo. Para cuarto grado mi papito nos matriculó a Marcelito y a mi en la escuela fiscal Eloy Alfaro, muy cerca de la plaza del teatro. Ocupaba los pisos dos tres y cuatro de un vetusco edificio, era curioso que el patio estaba en el cuarto piso. Era perfectamente cuadrado y había una pequeña cancha de fútbol.
Nuestros padres nos entregaban dos reales a cada uno, de tal manera que con mi hermano Marcelo teníamos cuatro reales diarios. Un helado costaba un real y el bus otro real. Decidimos con Marcelito ahorrarnos el pasaje, a cambio de levantarnos más temprano e ir a pié. Tremendo ejercicio ya que de la casa al colegio eran quince cuadras por lo menos. Yo tenía ocho años y Marcelito apenas siete. Bajábamos la Alianza, luego la Imbabura, la Chile, en la Plaza grande a la Venezuela, la Mejia hasta la Guayaquil y pasando la Plaza del Teatro ya llegábamos a la escuela con los cuatro reales en el bolsillo.
Jesús me interrumpió y me preguntó que hacíamos con ese dinero y si no era muy peligroso caminar tantas calles. Le eludi la pregunta y más bien le conté que por primera vez teníamos un lindo uniforme. El pantalón negro, medias negras, zapatos negros bien lustrados. Camisa blanca, corbata negra y saco de lana rojo sangre. En la manga derecha casi en el hombro, el escudo de armas de la escuela, protegido por un plástico grueso perfectamente cosido.
Nuestros padres nos entregaban dos reales a cada uno, de tal manera que con mi hermano Marcelo teníamos cuatro reales diarios. Un helado costaba un real y el bus otro real. Decidimos con Marcelito ahorrarnos el pasaje, a cambio de levantarnos más temprano e ir a pié. Tremendo ejercicio ya que de la casa al colegio eran quince cuadras por lo menos. Yo tenía ocho años y Marcelito apenas siete. Bajábamos la Alianza, luego la Imbabura, la Chile, en la Plaza grande a la Venezuela, la Mejia hasta la Guayaquil y pasando la Plaza del Teatro ya llegábamos a la escuela con los cuatro reales en el bolsillo.
Jesús me interrumpió y me preguntó que hacíamos con ese dinero y si no era muy peligroso caminar tantas calles. Le eludi la pregunta y más bien le conté que por primera vez teníamos un lindo uniforme. El pantalón negro, medias negras, zapatos negros bien lustrados. Camisa blanca, corbata negra y saco de lana rojo sangre. En la manga derecha casi en el hombro, el escudo de armas de la escuela, protegido por un plástico grueso perfectamente cosido.
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