XXV. Mi primera comunión.
Después de haber estado cuatro años en escuelas laicas, la diferencia principal fue el tener la oportunidad de conocer mejor la religión católica, ya no solamente por mis padres y hermanos, sino también por sacerdotes y hermanos cristianos. Era común en el colegio que los niños de cuarto grado ya reciban el maravilloso sacramento de la Comunión. A mí me toca en quinto grado. El Hermano Gabriel se encargaba de impartir esa formación, con la participación semanal de un sacerdote. Eramos más de cien niños que nos llenamos de amor por toda esa formación espiritual que te da la religión católica, apostólica y romana. Le vi a Jesús que se estaba perdiendo un poquito. La primera semana de Mayo, mes de María se haría la misa en el colegio, dónde mi hermano Marcelito y yo recibiríamos la Santa Comunión. Una vez que estábamos preparados para recibir a Jesús, esto es, conocer los mandamientos, los sacramentos, la historia de Jesús y las leyes de la Iglesia, la santa misa en latín, y la historia de los santos, estábamos preparandos para la confesión de nuestros pecados y en estado de santidad recibir a Jesús en nuestro cuerpo.
Como era de esperar, mi felicidad era enorme, siguiendo los consejos del sacerdote hice una lista interminable de mis pecados. Cuando durante la confesión comencé a leer esa lista, el sacerdote seguramente aburrido, me paró y me dijo que me perdonaba todo. Jesús estaba muerto de la risa.
Llegó el Domingo esperado, en casa todo era alegría, mi madre adorada me habia comprado camisa blanca, corbatín, pantalón de casimir de lana blanco, saco de terno de paño azúl cruzado con botones dorados, guantes blancos, zapatos de charol blanco, medias blancas. Ella misma me vistió y me dijo que voy a ser el más guapo de todos. Yo le creí.
En el hombro me puso un precioso laso de tela espejo, con los símbolos bordados y pintados de la Comunión.
Tenía en mano derecha el misal de concha y el rosario que mi mamita había usado en su primera comunión. En la mano izquierda tenia una preciosa vela, que iba a ser prendida durante la comunión en señal del fuego purificador.
La casa estaba adornada con rosas y lirios blancos, la mesa con vajilla china pintada a mano, uvas manzanas peras guineos en una fuente enorme. En el centro habih un pastel de tres pisos, coronados con un csliz y una hostia, sngeáng en cada piso, una real obra de arte hecha por Carmela Rivadeneira, la mejor pastelera de la ciudad.
La madrina de Marcelito era la tía Irenita, mi madrina la Carmelita. Mi madrina estaba muy orgullosa, aparte de hacer los recuerdos de este día tan especial para entregar a los amigos e invitados, me regaló una elegante caja de galletas.
Todo estaba listo para tomar el taxi que nos llevaría al colegio.
La misa la celebraría el arzobispo de Quito junto a otros seis sacerdotes más.
Jesusito estaba lleno de alegría y satisfacción de saber cómo nos preparamos los niños para recibirle.
Primera Comunión de mi hermano Galo
Como era de esperar, mi felicidad era enorme, siguiendo los consejos del sacerdote hice una lista interminable de mis pecados. Cuando durante la confesión comencé a leer esa lista, el sacerdote seguramente aburrido, me paró y me dijo que me perdonaba todo. Jesús estaba muerto de la risa.
Llegó el Domingo esperado, en casa todo era alegría, mi madre adorada me habia comprado camisa blanca, corbatín, pantalón de casimir de lana blanco, saco de terno de paño azúl cruzado con botones dorados, guantes blancos, zapatos de charol blanco, medias blancas. Ella misma me vistió y me dijo que voy a ser el más guapo de todos. Yo le creí.
En el hombro me puso un precioso laso de tela espejo, con los símbolos bordados y pintados de la Comunión.
Tenía en mano derecha el misal de concha y el rosario que mi mamita había usado en su primera comunión. En la mano izquierda tenia una preciosa vela, que iba a ser prendida durante la comunión en señal del fuego purificador.
La casa estaba adornada con rosas y lirios blancos, la mesa con vajilla china pintada a mano, uvas manzanas peras guineos en una fuente enorme. En el centro habih un pastel de tres pisos, coronados con un csliz y una hostia, sngeáng en cada piso, una real obra de arte hecha por Carmela Rivadeneira, la mejor pastelera de la ciudad.
La madrina de Marcelito era la tía Irenita, mi madrina la Carmelita. Mi madrina estaba muy orgullosa, aparte de hacer los recuerdos de este día tan especial para entregar a los amigos e invitados, me regaló una elegante caja de galletas.
Todo estaba listo para tomar el taxi que nos llevaría al colegio.
La misa la celebraría el arzobispo de Quito junto a otros seis sacerdotes más.
Jesusito estaba lleno de alegría y satisfacción de saber cómo nos preparamos los niños para recibirle.
Primera Comunión de mi hermano Galo
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