XLV. Pabito

Jesús me comentó que tubo que leer varias veces el capítulo anterior, ya que le llamó mucho la atención la narración de la " capuliceada ", me preguntó si le puedo conseguir un canasto, ya que en la Tierra Prometida no tenía idea de que pueda existir este fruto tan delicioso. Le dije que eso no es nada, que si le aumentaba unos duraznos de Ambato pequeños y dulces,  hechos en almíbar con anticipación y tajas de membrillo, se convertía en uno de los  postres más deliciosos, se llama "jucho".
Cuando Dios me pidió cuentas de mi vida, no se imaginó que le iba a contar tantas cosas bonitas. Le dije que no podía salir de Tanicuchí sin destacar al hombre más bueno y honesto que he conocido : mi abuelo Pabito.
Pabito era de contextura delgada, pelo corto, como muchos chicos de ahora, a los lados muy corto y abultado arriba. Su nariz grande, labios muy finos y ojos de mirada dulce. Orejas enormes, listas para escuchar.  No se afeitaba bien todos los días, por lo que cuando nos daba un beso, sus barbitas me picaban como una lija gruesa. Siempre me decía " Pepito, no crezcas tanto, que no vas a poder entrar por las puertas".
Apenas estaba sin la mirada permanente de Mamita, cogía unos sueltos de la tienda y me regalaba un real, o dos. Cuando yo estaba de suerte me ponía un sucre en el bolsillo.
Era como que le estorbaba las pocas monedas que tenía, actitud que ha sido heredada por muchos Atiaga, comenzando con mi adorado padre.
El cien por ciento de veces que le saludaba, abría el frasco grande de vidrio con tapa rosca enorme donde guardaba los  " chocolatines ", caramelos diminutos, empacados manualmente en papel de cera. Todos los nietos se daban cuenta de esto y se ponían en fila. Yo me guardaba en el bolsillo y me ponía nuevamente al final de la fila. En pocos minutos, ese frasco se quedaba vacío y Pabito esperando que no asome Mamita, que al ver estas escenas le decía con voz muy firme " Qué estás haciendo Pablo, no ves que a los guaguas las golosinas en exceso les cría wicho?".
Nunca escuché una réplica de Pabito, es más, no sé si podía hablar en voz alta. Toda la vida se me quedó esa duda. Era para toda mi vida, " el hombre más bueno que he conocido".
Jesús asintió con su cabeza y me dijo que su Padre era un poco más difícil, y me felicitó por la suerte de haberle conocido.




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