XLIV: El Gato




Muy temprano nos levantábamos después de un sueño profundo en la casa de mis abuelitos, Pabito y Mamita.
Había que ganar puesto en la enorme mesa que tenía olor a café pasado y chocolate recién preparado, salido de la chocolatera redonda de mamá Sarita. Completaba la mesa pan hecho en el horno de leña de la vecina, galletas, muchas frutas, huevos de gallina de campo con su yema color naranja, abundante jugo. La leche era recién ordeñada y producía abundante nata y mantequilla, queso fresco.
Había que empezar bien el día, para tener fuerzas para salir a caminar.
Fernando y Adriano, que no conocían la ciudad de Quito, se juntaban conmigo y mis hermanos para enterarse de las novedades, ya que en Tanicuchí ni siquiera había teléfono. Miraban nuestros zapatos tipo mocasín francés y murmuraban entre ellos que no pueden ser de varones, puesto que no tenían cordones.
Adriano siempre fue un tanto malgenio, mientras que Fernando era totalmente dulce y bueno, eso creo que sucede en todas las familias. Actualmente, cuando uno de nosotros se pone mal, se dice que le salió el "Atiaga".
Era muy emocinante verle llegar a Eugenio a galope montando su caballo para ir a  Lasso y La Avelina, tenía que ser rápido para cumplir con los " mandados " de mis abuelitos. Muchas veces Pablo iba al anca, jóven y despierto primo, muy parecido a mi hermano Galito.
Cruzando la plaza, está una maravillosa Iglesia, donde muchas veces se celebraban matrimonios y bautizos. Nosotros siempre estábamos pendientes principalmente de los bautizos, ya que era costumbre que al final de la ceremonia, los padrinos generosamente botaban los " capillos", muchas monedas de cinco centavos eran lanzadas al aire y los niños teníamos la oportundad de juntar muchos "medios".
Una de las actividades más bonitas que recuerdo muy bien era salir a " capuliciar", no era más que ir a las cuadras de mi abuelito, caminando menos de un kilómetro y con la ansiedad de llegar a esos árboles llenos de diminutos frutos negros redondos los muy maduros y rojizos los que estaban por madurar.
Los hombres  trepábamos al árbol y las primas recogían nuestra cosecha. Muchas veces les lanzámos las pepas, para matarnos de la risa. El propósito era comer tanto capulí hasta que el estómago se empiece a inflar y los labios y la lengua se hagan negros.
Contentos regresábamos a casa, donde mamita nos esperaba con choclos, queso, papas con salsa de maní y un cuy recién asado. Este maravilloso animalito, era matado de una forma cruel y espantosa. Le tomaban del cuello y le apretaban su nariz de un sólo golpe  contra la piedra de lavar. Luego de pelarle en agua hirviendo, sacaban sus vísceras para la salsa y le atravezaban un palo largo, para asarlo en la brasa, dando vueltas lentas con las dos manos agarrrando el otro extremo del palo. La pena se acababa cuando comenzábamos a comerle.  Pabito nos cometaba cualquiera de sus anécdotas de su trabajo y todos escuchábamos con atención, para no perdernos ningún detalle.
La tarde estaba lista para seguir jugando hasta que llegue la hora de la merienda y finalmente la cena.
Eugenio era el que nos hacía sentar a todos los primos y junto con Galito decidían que jugar. Por último comenzaban los cuentos de miedos en los que era mejor retirarse a dormir.
A las nueve de la noche, escuchar la historia de " Mariangula", era para poner los pelos de punta... la voz intercalada de Eugenio y Galito " Mariangula, tray mis tripas y mi pusungooo", el sonido de las cadenas que arrastraba, nos dejaba paralizados, hasta que malosamente Eugenio sorprendía al más distraído diciendo y sacudiéndonos fuertemente: " Te agarré!!!". Solamente recordando esto siento un miedo aterrador.
No contentos con esto, prendían la radio para escuchar la radionovela "el gato", reproducida por RNE, Radio Nacional Espejo.
Le miro a Jesús muerto del miedo y me dice " me voya dormir " y le contesté que yo hacía lo mismo.














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