XLIII. Vacaciones en Tanicuchí.

Cerca de terminar el año lectivo, comenzaba a soñar en las vacaciones en este lugar mágico que se llama Tanicuchi. Apenas tenía  seis años cuando mis padres nos llevaban en tren hasta Lasso y el Fausto, esposo de mi tía Gracielita, nos esperaba en su camioneta Ford de color verde oscuro. En el cajón grande, cláramente se leía su marca repujada en relieve.  Nos recibía Fausto con su aspecto de niño dueño de un gran bigote y risa contagiosa. Su peinado a la izquierda asentado con un puñado de "brillantina" y su figura de Don Quijote, muy flaco : " comerán toda la comida para que no queden como yo", decía muy graciosamente.
Una vez subidos a la camioneta, recorríamos el camino lleno de arena hasta llegar al pueblo. Ya se sentía los vientos congelados del Illiniza Sur.
Que emoción era llegar y ver salir a mis abuelitos, Pabito y mamá Sarita, o mamita a secas.  Junto a ellos mis tíos Vicente, Ñatita. Belisario y Tillica, Marujta y Pepe, Gracie y Fausto, Antuco y su novia Olguita, Mari y Carlitos, Azucenita y Leonardo, Eugenio. También a la carrera salían todos los primos y primas.
Saltábamos de la camioneta y eran miles de besos y abrazos de toda la familia. Al punto que yo pensaba que el cien por ciento de los habitantes de Tanicuchí eran Bustillos, Atiaga, Caicedo y Escobar.
La casa de mis abuelitos era justamente al frente de la Plaza, que hoy se convirtió en un hermoso parque. Al frente está la Iglesia, en la cuadra de la derecha de la Plaza estaba la familia del Fausto Reinoso, mi querido tío, padre de dos varones: Adriano y Fernando. A Fernando le veo todos los días en el Facebook, ya que vive muy lejos en Oregón, tierra fría en el NorOeste de USA.
Mi tío Viche y familia vivían a dos cuadras de mis abuelitos, en una linda propiedad, donde la casa, dueña de un altillo precioso, se ubicaba en el centro del terreno de media cuadra. Mi tío Leonardo vivía a dos cuadras del Viche, esposo de mi peciosa tía Azucenita, que siempre me  quiso como el hijo más mimado haciendo tener celos a sus hijos Patricio y Betito, sus hijas mujeres son Marthita,  Manene y Miriam, dueñas de una gran belleza, a pesar que ninguna heredó esos ojos azules divinos de mi tía Azucenita. Eugenio vivía en casa de mis abuelitos, Antuco y Olguita un poco lejos, a unas siete cuadras, cuando terminaba el pueblo. Fausto y Gracielita vivían atrás de la escuela. Maru y Pepito vivian en Mulaló, pero llegaban con sus hijos Coya,  Pablo, Rosy, Rita; luego de algunos años nacerían Nachy y Lucy.
La casa de mis abuelitos tenía dos pisos, muchas habitaciones y un terreno que daba al otro lado de la calle. Recuerdo muy bien la letrina, y solo de pensar me duele mi barriga.
En el segundo piso estaba aparte de la sala con balcón y otras habitaciones, había una bodega donde guardaban costales de maíz, trigo, habas, papas, zapallos y muchas cosas más.
Detrás de la tienda me quedaba contemplando una raqueta, o tabla, de la auténtica pelota nacional que tenía tanto peso que yo no podía levantarle. Junto a las  raquetas, llenas de pupos cónicos de caucho, estaban las pelotas  sólidas de caucho.
Los mayores, incluído mi abuelito, jugaban a lo ancho de la plaza, que debe medir al menos cien metros. Toda la gente rodeaba la cancha para ver y apostar en este juego muy similar al tenis, pero sin red en el medio. Solamente la línea. A la voz de "carajuuuu", se batía la pelota y el oponente corría a contestar diciendo " esta no la cojes ni con tu mujerr", así pasaban toda la tarde y en los descansos se consolaban con un traguito del Celestino, del Corazón. En cada raquetazo la pelota volaba unos ochenta metros para alcanzar la distancia al otro lado. Yo miraba emocionado, conciendo que Pabito sería el eterno ganador.
Jesús me pregunta cómo recuerdo tantos nombres, le dije que muy fácil, ya que siempre hemos vivido en familia. Le dije que  también le haré preguntas algún rato. Se puso colorado.


                                                         Casa de Fausto Reinoso



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