XI.Viaje en tren

XI. Jesús me preguntó cómo íbamos a San Agustín de Callo. Le dije que mi madre hermosa caminaba conmigo bajando toda la calle Alianza, saludando con los vecinos y tomados de las manos para no resbalarnos en esos adoquines de siglos que por su uso diario eran brillantes como ónix y lisos cómo jabón. Yo pensaba que mis fuerzas le sostenían a aquella mujer que lucía como la mejor modelo parisina de la época. Mientras caminabamos,  de reojo la veía tan guapa y generosa, a ver si me compraba una manzana chilena o unas colaciones de la Cruz Verde. No había mucha gente en las calles centrales de ese Quito magnífico y seguro. Llegamos por la Imbabura a la Bolívar y seguíamos bajando, yo tratando de coger los pasos largos de mi mamita. Cruzábamos San Francisco, con su plaza enorme, a mi me parecía gigante. Nos cruzamos con sacerdotes de sotana negra y cuello blanco y monjitas de blanco y cuello elegante,  grande. " Alabado se el Señor Jesucristo", les decía con mi voz tierna y ellos contestaban con mucha educación y serenidad, " alabado sea". Notaba que mi madre me apretaba más mi  mano en señal de satisfacción. Ella pensaba que yo era el niño más guapo de la ciudad. Por fin  a una media cuadra de la calle García Moreno, cruzamos y llegamos a la oficina de la Ferrocarriles del Estado, cruzamos  el entablado y mi Marujita luego de saludar y conversar largo, le ordenó boletos para ir a Lasso.
Al día siguiente, muy temprano me vestía muy elegante y toda la familia por igual, había que ponerse la mejor ropa para ir a la estación de Chimbacalle. Salía toda la familia junta a tomar el bus en santo Domingo, enseguida llegábamos a la Maldonado y mi padre hacia parar el bus para subir a la Estación. Que bonita era la estación,  yo me sentía como estar en otro mundo,  veía el tren sacando humo blanco y listo para emprender el viaje. Subíamos todos y con cuidado nos  sentaban en esos asientos de cuero café oscuro muy elegantes y limpios.  En seguida salía el tren haciendo sonar un pito que con seguridad hacia despertar a toda la ciudad. En una hora llegamos a la estación de Lasso. A mí me vestían con ropa blanca y un abrigo azul marino, con botones dorados, cintas doradas y adornos por todo lado, botones grandes de metal , gorra blanca de tela de paño y visera amplia  redonda. Bajamos del tren y aprovechamos el sitio lleno de negocios de comida para desayunar. De las ollas salía vapor y un olor a choclo tierno.   En la estación mis padres pedían café, choclos, allullas, quesos de hoja, jugo fresco de naranjilla y huevos tibios. Los huevos pasaban en un plato grande, quizá más de doce, y una copa para cada uno. Yo tomé dos, uno para comer ese rato y otro para media mañana, cuando tuviera más hambre. No hice notar a nadie y guardé el huevo en uno de los bolsillos de mi elegante abrigo. Saliendo encontrábamos una camioneta que nos lleve a San Agustín. Dormido por tanto trajín me acomodé en los brazos de mi dulce madre y me dormí. Ya se podrán imaginar el susto que tuve a llegar y meter mi mano diminuta en el bolsillo de aquel abrigo,  todo era amarillo por la yema rota y pegado a la franela de mi precioso abrigo. Con qué cara habré estado que mi mami se sonrió y me prometió limpiarlo hasta que quede como era originalmente. Jesús, por favor no te rías, eso mismo me pasó.!

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